LA LUZ DEL VERANO

EL VERANO

Hola: ángeles de mi corazón... Soy el cuenta cuentos de La Danza…

(Es el Verano y su luz...)
...Y el descubrimiento de esa luz que nos regala el verano, nunca tiene lugar en las calles o en las tabernas, en palacios, grandes mansiones o estancias suntuosas. El prodigio sucede en el interior de las casas, en las secretas moradas donde el hombre está solo y habla sin palabras a su Dios.
Esos espacios poseen la desnudez de un santuario o de una celda, la sencillez que reina en las casas humildes. La manifestación de lo divino tiene lugar en el transcurso de la vida cotidiana, en el corazón de las casas. Es allí que se aparece el ángel que ilumina las almas en el verano. Esas sencillas paredes parecen ser una invitación a la inocencia, procurar en sí misma la búsqueda interior, la iluminación.
Porque hay otra soledad en la que yo me remanso y encuentro la paz, la reconciliación conmigo mismo. Es la soledad radiante de los que han encontrado la dicha, ese diminuto punto de luz que hace irradiar la noche y enceguece las tinieblas. Es la soledad que viven los que han sido habitados por la gracia, aquellos pocos hombres que ajenos al mundo y sus vanas glorias han encontrado su propia radiación. Sólo entonces es posible el milagro. Lo celeste hace su aparición cuando las ansias materiales se han acallado. Es sólo en la soledad que Dios visita a sus criaturas, cuando se hallan inmersos en un estado de ensoñación o abandono absolutos; estados catárticos próximos al sueño y a la muerte, que enlazan con la eternidad, con el Tiempo sin tiempo.
Sólo los niños parecen tener cabida en esta soledad donde tiene lugar el milagro, la transfiguración. Y esas visitas del ángel alumbran con su frágil luminaria todo el campo a mí alrededor, son el rayo de tiniebla que da sentido a la noche y abre los espejos más allá del mundo de las apariencias. En la intimidad de mis cuatro paredes desnudas se enciende esta luz de la revelación, que ciega y alumbra a la vez, que despierta y sumerge al que la recibe en un sopor, procurando temblor y ligereza en mí cuerpo fijado en la gravedad. A estos hombres, como en mi caso, difícilmente podrían explicar qué les pasa y seguramente no se moverían si les tocáramos ni nos dirigirían la palabra al hablarles. Están fuera de sí, poseídos por el más allá, contemplando. Ningún cuidado ahora les embarga, viven un estado de gracia semejante al que los justos gozan en el Paraíso. Mí cuerpo está ahí, abotargado y tambaleante; pero mí alma vuela, se eleva como un pájaro, y llega hasta vosotros pintada con la luz de Verano, mis amigos...
Antonio Canales