LA CASA DEL TÍO BARTOLO
Aquellos años en los que pase parte de mi infancia en la casa del pueblo, aprendí que el trabajo y la dedicación hacia la familia es uno de los actos de amor más heroicos y entregados que existen.
A media mañana con mi abuela Manuela íbamos al molino, yo montado sobre las alforjas que descansaban sobre él lomo de un gran mulo blanco que se llamaba Rabanito, con el que llegué a tener una amistad sin condiciones... A veces me pasaba hablándole en el establo horas y horas y él paciente, como Job, esperando ansioso las zanahorias y lechugas y tomates que yo sisaba en la despensa mis abuelos.
Ibamos a paso lento hasta la falda de un montículo donde se encontraba el molino. Allí, las alforjas llenas de trigo acababan reducidas a varios costales de harina, con la que aveces me embadurnaba el pelo y la cara jugando por los rincones del azul gigante con brazos enormes, que gemía al compás del viento una letanía monótona de vida y dolor. Me gustaba llevar entre las manos un puñado de la harina sobrante que se derramaba por el suelo, y en el pozo mezclarla con unos gotas de agua hasta hacer una pasta semidura con la que construía figuritas inventadas... Al llegar a casa mi abuela bajaba los costales de harina con una pasmosa facilidad, no he visto mujer más fuerte y robusta que mi abuela Manuela; vivió 111 años. Aquí comenzaba toda una odisea de labores y trasiegos para que al día siguiente mis tíos, que salían a trabajar al campo cuando rayaba el alba, tuviesen el desayuno a punto. Comenzaban abriendo la trampilla de la alacena que para mi era como la cueva de Ali- Baba. De aquel subterráneo fresco robado a la misma tierra emergía un mundo de olores penetrantes a café, hongos, quesos y a chacinas; mi delirio. Una de mis tías iba al gallinero a por los huevos del día, yo corría tras ella hasta la misma entrada, pero jamas crucé la verja de aquel pollal, siempre tuve miedo de morir a picotazos. En el mismo instante otra de mis tías Roseta; mi preferida, salía hacia el establo con dos cubetas de madera vacías para ordeñar a las cabras y las vacas de nuestra a casa. Ella me enseñó todos los secretos de las ubres. Cuando estaban preñadas, o si alguna se ponía enferma, o se encontraban en celo o amamantando a los cachorros. Si era verano o invierno... Mil cosas que se podían leer en la cantidad, color y espesor de la leche. Durante ese tiempo mi abuela encendía los fogones de la hornilla y el horno de ladrillos pegado a un costado de la gran cocina de la casa. Ese laboratorio conventual era una de las estancias más importantes del vivir diario en los pueblos de antaño. Con esmero y habilidad cogía unas hebras de cuerda mojadas en aceite y con la leña almacenada y unos trozos de carbón, que ella misma fabricaba trabajosamente quemando sarmientos y apagándolos una y otra vez rociándolos con agua, esparciéndolos y reuniéndolos sobre el terrao hasta conseguir ese carbón consistente y único, encendía la llama del hogar. Las caras se teñían de un color anaranjado y la estancia de un calorcito amable. Y comenzaban el largo trasiego de hacer la masa para que durante la noche fermentase el pan y unas rosquillas de limón y canela deliciosas, que siempre preparaban en mi honor. Hervían la leche y después la dejaban enfriar. De ella se formaba una película de nata deliciosa que me zampaba untada en las rebanas de aquel pan grueso y caliente. Todo aquello me resultaba magia Pura. A la mañana siguiente desde el sobrao; donde dormía junto a un ejército de primos y primas, escuchaba el runrún del molinillo de café triturando los granos gordos y negros que nos enviaba, de tarde en tarde, un Tío que había emigrado al Cairo y que se llamaba Bartolo. Yo soñaba con que algún día me llevase a conocer la Pirámides, el me contaba en sus historias veraniegas que había comprado una para mi y la estaba amueblando. Al poco se escuchaba el chu chu del vapor del agua hirviendo y un perfume embriagador a café recién hecho me nublaba el despertar. Mi abuela se había levantado a las 4 de la madrugada como ladrón en la noche, había amasado, extendido y moldeado el pan y lo había horneado, y las rosquillas. También había preparado una jarra de zumo de unos pomelos tan grandes que parecían melones. 20 huevos fritos con chorizos y ajos que colgaban en ristras desde el techo de aquel laboratorio de sabores. Sobre la gran mesa de la cocina y al calor que desprendía el hogar, se empezaban a colar los primeros rayos del alba y a sentar en silencio mis 8 tíos robustos y guapos, con sus pelos limpios y peinados con brillantinas; sus camisetas de tirantes marcándoles la piel quemada por el sol. Sus dientes blancos llenos de Salud envidiable... Y así comenzaba el amanecer de cada día en mi pueblo; en la casa de mis abuelos. Mi abuela se sentaba en una silla de anea al pie del fogón, y se le llenaba la cara de satisfacción al ver a sus hombres fuertes y felices deborar con fruición sus elaboradas viandas. A nosotros se nos tenía prohibido bajar a esas horas, pero yo era era un intruso especial y cuando escuchaba las risas de la bromas espontáneas entre ellos, corría en calzones escaleras abajo y me refugiaba en el delantal de mi abuela Manuela. Después uno a uno se despedía de ella con un beso en la frente, como pidiendo la bendición de su Ama... A mi me daban pellizcos y me revolvían el pelo con saña, y me despedían entre gritos y abućheos diciéndome que era un caprichoso y consentido y que solo serviría para tejer manteles. Me hervían la sangre, pero ella me decía con dulzura,- no hagas caso mi Nono, mira para lo que han quedado ellos, para ser mulos de carga. Jajajajajajajaa y reíamos a mandíbulas batientes.
Antonio Canales
Aissss Abuela Manuela que buenos recuerdos dejaste en especial a Tu Nono,narrar esto es ir a un cine donde ves La Película de Tu vida con los Intepretes ganadores de un Oscar en Tu vida , yo Antonio recordar mis abuelos mas especial Mi Abuela Josefa Madre de Mi Mama es creer en los Seres Divinos ,canasto de besos con una ristra como huella de harina
ResponderEliminarQu e bonito la ristra como huella de harina,,, Si Loli ellos son seres divinos... Corazones de oro y brillantes...Besos y abrazos a espuertas.
EliminarQue bonita vida Antonio, esa ternura derramada por tu abuelita Manuela. Besos, caricias, mimos merecido a ese maravilloso Nono, niño guapo. Ese niño que sigue enterneciendo a muchos, que se hace querer y adorar.
ResponderEliminarComo me gusta leerte, meterme en tu niñez...Una familia humilde, pero buena y cariñosa.
Yo no he tenido esa abuela, la mia, mi abuela Rosa...
Te lo contaré cuando nos veamos.
Te añoro. Por muy conectados que estemos, permiteme echarte de menos. Besos...
Cada infancia guarda los efluvios de un perfume antiguo y genuino...Te quiero mucho mi Rosa.
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