I N D I A
Hola: ángeles de mi corazón... Soy el cuenta cuentos de La Danza…
... La primera vez que fui a la India aterricé en el aeropuerto de Bombay, en el oeste del País de las Mil y Una Noche, una mañana seca de Febrero. Serían las horas del alba y un sol gigantesco pintaba el cielo de Bombay, como una naranja madurada a punto de fenecer sobre el mar arábigo, de aquel inolvidable día en que pude ver y oler y respirar el Oriente en toda su magnitud más especiada y particular. Ver aquel trasiego bullicioso y colorista de miles de almas deambulando por aquella terminal, me resultó como pensar en las estrellas del universo, imposibles de contar... Salimos al exterior entre tropezones y apretujones de gente cargada con todo tipo de cosas impensables, en posturas inverosímiles rozando el circo y la acrobacia. Lo primero que sentí ya en el exterior fue un olor penetrante y desconocido. No estaba en su gente; que también, era el aire que no traía ni llevaba nada; es que olía así.
Era una mezcla de tierra, mujo verde, sal, excrementos de animales y, sobre todo, curry; el es el rey de las vidas en India.
En esta urbe maravillosa y sensorial donde se habla el Marati entre otras lenguas, aunque quizás sea esa forma vetusta y añeja de entenderse; que proviene del sánscrito, su seña de identidad más pronunciada, y entre muchísimas otras diferencias con otros lugares del país. Allí viven 14 millones de humanos, la cuarta ciudad del mundo más poblada. Y en su estado Maharashtra conviven 112 millones en un territorio algo más grande que la mitad de España. Es decir que la humanidad lleva mucho tiempo sabiendo convivir y respirar el mismo aire.
Después de peleas interminables, regateos y explicaciones miles con los botones del aeropuerto y algún que otro espontáneo, nos montaron en unas tartanas algo descompuestas pero muy pintorescas. No tenían cristales y el vestuario y demás lo llevábamos en el techo como un escarabajo de mil colores. Y así íbamos, lentos, como si fuésemos de Romería salvando bueyes sagrados acá y aculla, viendo boquiabiertos a la humanidad a ambos lados de la carretera de doble carril llena de baches y hoyos considerables... Los barberos a pleno sol con su palangana atendiendo a los hombres barbudos, otros lavando sus ropas y turbantes con una piedra sobre el lavadero y los niños, cientos, corriendo por todas partes eufóricos y jocosos. Era un río de multitud de humanos. De repente empecé a distinguir en el aire su olor característico y los otros efluvios que flotaban sobre El, que esta vez si iba y venían... Pero me pareció dentro de su máxima pobreza y simplicidad un mundo limpio y lleno de ritualismo sagrado.
Cubrimos nuestra distancia de 14 kilómetros en un par de horas que me parecieron una verdadera fantasía. Llegamos a un hotel lleno de moquetas y colores y olores al borde del mar Arábigo, que no deja de ser una playa más del Índico.
Estábamos hambrientos y no conocíamos esa moneda ni esas normas. Cada uno fuimos a ver con mucha curiosidad nuestros aposentos. Una mezcla de pensión Inglesa con serpentinas, cojines y elefantes sin colmillos. El olor del recibidor y todas las estancia era puro Curry... Yo mientras bajaban mis compañeros para esa comida esperada, salí al paseo marítimo en busca del olor al mar. Pero eso no era un paseo marítimo pensé. Y es que allí el mar es para otros ocios que los nuestros.
Empezaba a caer el día y ya cubría el horizonte una fina gasa de bahios y nieblas, y aunque serían las cinco de la tarde, el sol empezaba a hundirse con agonía sobre el agua teñida de mil colores malvas. Me quedé por unos momentos hipnotizado escuchando el murmullo de las olas rompiendo bajo mis pies. Estábamos fuera de la época de los monzones y en esas fechas es el momento más templado y seco del oeste de la India. Volví al hotel impregnado de aquel bello crepúsculo, y al girar mi cabeza vi un edificio alto lleno de buitres que entraban y salían con gran griterío desde el techo. Nos sentamos a cenar y vino el guía y traductor. Pero aquella comida picaba si o si o si con traductor o sin el. Me mordía la curiosidad y pregunté por los Buitres. Se hizo un silencio espectral y nadie me hizo caso. Cuando ya me dirigía a mi lecho sentí la mano de Brahin sobre mi hombro invitándome a tomar un Té Ayurveda en la azotea del recinto... Y allí subimos entre cojines y antorchas, divanes y chichas aromáticas, y un humo espeso de cilantro y canela que envolvió mis sentidos hasta llegar a perturbarme. ¡Y allí, viendo pintarse las estrellas en el cielo, me contó tantas cosas de su país!, que necesito otro relato para poder dejaros satisfechos con sus cuentos, leyendas y misterios...
Los famosos buitres se comen a los muertos para elevarlos al más allá.
Antonio Canales
Otra vez me he adentrado contigo en un mundo desconocido y he descubierto sus calles con sus olores, perfumes, especias aromaticas. Mis ojos estan
ResponderEliminarSusabiertos como platos .no quiero perderme nada! Veo y siento los colores de Las mil y una noches. En estos momentos mi imaginacion acaba de desbordar a través de océanos de palabras.
Te quiero mi Antonio, tengo unas ganas locas de abrazarte, espero no tadar mucho y tener que hacerlo con baston, jajajajajajajaja
Yo también las tengo, ya verás que pronto ocuparé esa casita unos días, para celebrar todas nuestras visitas buenas... Besos y más besos y más besos hasta cansarnos.
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