LA BABILONIA

FLAMENCO A PUNTA DE PISTOLA
Hola: #ángeles de mi #corazón... Soy el #cuenta_cuentos de La #Danza…
Nos quedaban dos largos días para regresar a nuestra tierra, ya que los vuelos regulares hacia Madrid desde ese paraíso, hoy convertido en infierno, sólo cubrían el trayecto tres veces por semana, y aún nos encontrábamos a viernes y nuestro pájaro volador no saldría hasta el lunes siguiente. Por la mañana del sábado nos reunimos en el bufet para desayunar y decidir si salir de compras y gastar el dinero Iraquí en souvenir para los amigos y familiares... De pronto nos piden los pasaportes para no se que sellos o tramites en la embajada, y con ello nos dejan sin la posibilidad de salir a ningún sitio posible, y decidimos pasarnos el día en las habitaciones soñando con el ansioso viaje de vuelta. Lo que no esperábamos era los dos acontecimientos siguientes que colmaron nuestra paciencia. 

Nuestro representante nos comunica ese mismo día, durante el almuerzo, que el Presidente Sadam Hussein y unos cincuenta invitados quieren una fiesta privada en el disco bar del hotel Palestina, el mismo hotel donde desgraciadamente años después moriría a causa de un misil el periodista hijo de Anguita, nosotros todos a coro lanzamos un ¡ni por todo el oro del mundo!. -

El manager nos aclara, que no nos piensan pagar nada; que es pura cortesía, pero que de ello depende el regreso de los pasaportes y la salida del país en unas formas diplomáticas y tranquilas. Este andoval con su tono de broma parecía no inmutarse con los acontecimientos, nosotros sin embargo nos quedamos mudos de asombro y con un nudo en la garganta. Habíamos escuchado que el diablo Hussein y sus huestes acostumbraban a venir con sus guardaespaldas a ese Disco bar, y según les venía al pairo elegir a algunas turistas de su agrado y en las suites reservadas a ellos desflorarlas o violarlas sin ningún tipo de reparo. Era muy cruel todo aquello y nos parecía una pesadilla, imposible de vivir, de la que no podíamos despertar. 
Nos aconsejaron, desde la embajada, que las mujeres de la compañía una vez terminara el acto, subieran rápidamente a sus aposentos y no salieran en ningún momento de las habitaciones, hasta que estos angelitos desaparecieran del Hotel. Aunque no todos los varones estábamos a salvo, en el nutrido grupo de artistas había tres efebos de veinte años, uno de ellos yo, a los que estos depravados tampoco hacían ascos al sodomizarlos y violarlos sin dudar para divertirse un rato. Estuvimos hasta altas horas de la noche deliberando como íbamos a realizar aquella fiesta privada, y cuando rayaba el alba sobre las aguas del Tigris, el cansancio nos venció.

Hacía menos de dos horas que estábamos sumergidos en la duermevela, cuando un gran estruendo rompe algunos de los cristales del hotel en mil pedazos. Nos levantamos como un resorte del camastro y todos salimos corriendo despavoridos por los pasillos del hotel sin saber a donde ir...

Un misil de los vecinos Iraníes había impactado en una escuela de niños pequeños a la misma hora de la entrada a las clases, matando a 326 angelitos inocentes. Aquella noticia nos acabó derrumbando y explotamos llorando a gritos. La humareda y las sirenas y los desgarradores aullidos de espanto de los padres y las gentes no sumieron en una terrible depresión. Estaba ocurriendo toda esta barbarie a tiro de piedra de nosotros, de ahí el atronador sonido y como temblaron nuestras habitaciones igual que un flan. Esta noticia si salió en todos los telediarios del mundo, y para siempre quedará grabada con muchísimo dolor en nuestras retinas. Las sangrientas imágenes de aquellos niños y aquellos padres enloquecidos buscando lo que quedaba de sus pequeños, no se puede explicar con palabras.
Esa misma noche, con nuestros corazones encogidos, le bailamos y cantamos a aquellos indeseables con todo nuestro pesar. Y al día siguiente, en coches oficiales, nos llevaron al aeropuerto y no tuvimos que pasar ninguna aduana ya que llevábamos sellos diplomáticos. El dinero que no servía para nada aún lo conservo.

Cuando al tiempo vi como lo colocaban sucio y desgreñado sobre el patibulo aquella inolvidable navidad, no sentí nada, ni odio, ni rencor, ni pena, solo vi ante mis ojos a un animal rabioso que no merecía haber nacido.



Antonio Canales

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