EL MUSEO NACIONAL DE DAMASCO

VIII) EL MUSEO NACIONAL DE DAMASCO
Hola: #ángeles de mi #corazón... Soy el #cuenta_cuentos de La #Danza…
... Al amanecer aún tenía acidulada la saliva a causa del mal trago que pasé la noche anterior, pero aquí vale tanto el tiempo que un día es un día y otro es otro. Y no se puede vivir ni del pasado que pasó, ni del futuro incierto, solo hay que sentir el presente con todas tus fuerzas porque es la única tabla de salvación y no hay otra. A la hora convenida vinieron a recogerme con sus caras llenas de sonrisas y sus corazones prestos al milagro de hacerme feliz por las buenas o por las malas. Íbamos a visitar un museo muy especial, parecido a un hospital donde curan las heridas de guerra, pero en este caso no de personas, si no de piedras, monumentos y reliquias antiquísimas de la humanidad que pudieron salvar de Palmira, Alepo y otras ciudades históricas masacradas y violadas sin escrúpulos por mentes enfermas. Ya desde muy temprano apretaba el calor con saña. Llegamos al parque donde se encontraba el magnífico museo, sudorosos y acalorados, y nos resguardamos rápidamente entre las frescas columnas del pórtico. Después de los controles rigurosos y de pagar el ticket correspondiente, nos adentramos en aquel mundo mágico y tan deseado por muchos imperios. Supe que antes que los griegos y romanos utilizaran sus famosas teselas, ya los nabateos, asirios y otras tribus hacían cosas extraordinarias con ellas. Verdaderas joyas deslumbrantes pasaban ante mis ojos sin dar crédito a lo que veían. Las primeras escrituras en el arameo que hablaba jesucristo grabadas en mármol y basalto, de una nitidez impresionante. Escrituras y símbolos primitivos colgaban desde el techo en enormes planchas de pizarras y otros materiales. Los primeros vestigios de la edad del bronce al hiero clavados a un lado y a otro de las paredes altísimas del edificio, eran una verdadera fantasía. No pudimos hacer fotos, estaba terminantemente prohibido, dado que algunas cosas hacia solo unos meses que se habían recuperado y no tenían la protección debida. En cada sala dos personajes con cara de pocos amigos velaban por aquellos tesoros únicos. Necesitaría un libro entero para poderos relatar con máxima fidelidad y documentación todo lo que vi. Pero a cierto momento, aún tengo la duda si hubo algún regalo bajo cuerda; yo diría que lo hubo, un amable estudiante nos condujo a un sótano que no estaba abierto para el público, y nos llevó a contemplar la joya de la corona. El templo funerario de los primeros hebreos que databan en miles y miles de años antes de nuestra era. Lo habían podido salvar de Palmira in extremis. Nos quedamos en silencio y con los ojos fuera de las órbitas al contemplar tal hermosura construida en pórfido y piedra volcánica. Las enormes y pesadas puertas necesitaban de tres a cuatro personas, bien fornidas, para mover cada hoja y poderlas abrir. Cada cripta tenía una escultura con la cara y el cuello del personaje fenecido, tanto hombres como mujeres todos de la alta realeza, talladas con tal maestría y realidad que parecían fotografías en tres dimensiones. Los enterraban junto con sus joyas más preciadas, por lo visto esta costumbre tampoco es genuina del pueblo egipcio. Sus peinados, sus pelos rizados, sus pendientes, diademas, colgantes, bigotes y barbas jamás los había visto en mi vida. Era gente muy guapa y muy dispar. A la salida de la cámara mortuoria había una pequeña puerta donde en aquellos tiempos casi prehistóricos, vivía el guardián de las almas que allí dormían el sueño eterno, y las puertas jamás se abrían si no había un enterramiento. No me extraña que los Judios hayan intentado por todos los medios posibles compra o hasta robar, aquella joya que pertenece a su raza y que no la poseen. Subimos las escaleras absortos en nuestros pensares y salimos al exterior donde se apilaban verdaderas maravillas. Pero después de ver lo que habíamos visto, todo lo demás nos pareció una broma. Solo mencionar un león enorme en granito puro, que preside el centro del parque y al que llaman el león del miedo, y que tiene bajo sus enormes fauces la friolera de más de 8000 años de existencia. Con un letrero en arameo y símbolos antiguos que dice: cuando entres al templo que tus manos no estén manchadas de sangre, porque te comeré. Lo habían traído de Alepo, y no me extraña en absoluto porque allí no pintaba nada con tantas manos manchadas de sangre.

Continuará...

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