TIERRA SANTA

JERUSALEM...

Hola: ángeles de mi corazón... Soy el cuenta cuentos de La Danza…

Andaría yo por los floridos años de mis treinta y pocas primaveras. Y la vida me sonreía como el bebe sonríe desde la cuna a su mama. Todo eran rosas y nardos a mi paso... Y mi existir transitaba dulce, ocioso y húmedo como el papiro sobre el Nilo. Yo no era muy consciente de ello; no me hacia ninguna falta serlo... Ya que de eso se encargaba un ejercito de personas a mi alrededor que convertían el agua en vino, el cielo en batido de limón con canela, y las estrellas en diminutas lamparas bajo el techo de mi alcoba. Ya procuraban ellos de hacer que los jazmines tuviesen olor en Enero, los melones estuviesen dulces en Mayo, o los girasoles voltearan en febrero si a mi se me daba el caso... En esto que la compañía por fin había pisado Tierra Santa, y todo era una novedad llena de fervor, recuerdos, Fe, aleluyas entusiastas y curiosidades sobrenaturales entre otras cosas. En Jerusalem nadie es de nadie ni nada es de nada. Todos somos meros espectadores de lujo y en primera fila que contemplan los milagros, como quien contempla un museo muerto clavado en cada esquina de sus turbulentas, vetustas y agrietadas callejuelas. Que si por aquí pisó el mismo Dios lleno de sangre y vergüenza. Que si en aquella piedra se impulsó Mahoma al espacio sideral. Que si contra ese trozo de viejo muro se lamentó tal profeta; al que aún están esperando, y bajo aquella Cúpula rezo el mismo yerno de Ala. Que si la Virgen no es Virgen, que si la Madre no es Madre. Que si el Hijo no es el Hijo, que si el Padre no es el Padre... Vamos, que al igual que hay mercadillos y Mercadonas, también existe esta Jerusalem multifuncional, corrompida y llena de todos los productos necesarios para aumentar la Fe y el miedo. Ramas de Olivos, ristras de rosarios perfumados, manos de Fátima esmaltadas, agua bendita en botellitas, trozos del madero, cuentas y espinas, Coranes, Biblias y Cábalas. Un batiburrillo lleno de Armas ciegas y de Almas sedientas... En fin, que cuando uno regresa al hotel está lleno de tantas cosas, que rebosa historia y Fe por las orejas, y el que no es converso se convierte sin remisión. O, al menos, duda de ser ese agnóstico cimentado y convencido al que ya nunca podrá regresar jamás. Cuando ensimismado por tantísimo fervor, me dirigía en el autobús de la compañía hacia el hotel, absorto en el paisaje extraño de esas embrujadas tierras. Una mano se posó sobre la mía y me dijo con voz trémula: tienes las manos mas preciosas que he visto, y te las voy a besar durante toda mi vida. Yo salí como un resorte del ensueño y me quedé mirando aquellos ojos, sin entender muy bien que me estaban diciendo o proponiendo. De repente bajé la vista hacia mis dedos, y no pude dar crédito a tal enrevesada falacia. Las uñas de mi mano derecha, largas para el tañer de la guitarra, estaban rotas y llenas de mugre de todo el día de trasiego, y la pobre izquierda era un poema lleno de nudos, de callos y rozaduras. La verdad que yo siempre supe que en ellas había cierto arte no solo para bailar, si no también en el trabajo de Alfarería que me enseño mi padre, y en el que siempre tuve cierta maña y talento. Lo que jamás había pensado es que eran bonitas, y mucho menos que alguien se pasara la vida besándolas y contemplándolas. Me hizo gracia, y no le creí... Y efectivamente ni las tengo tan bonitas, ni este personaje tan fachoso y facineroso tardo mucho en dejar de besarlas, adorarlas y contemplarlas. Las cosas tan misteriosas y sensibleras que producen en nosotros esa Embustera y aduladora Tierra Santa...

Antonio canales.

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