TRIANA

Hola: #ángeles de mi #corazón... Soy el #cuenta_cuentos de La #Danza…

Cuando vuelvo a #Sevilla, a casa de Moma Pastora, me encanta ir a buscar la caja de los botones. Ese era, es y será el costurero más maravilloso de mi vida... Parece que aún puedo oler aquel membrillo tan bueno que nos comíamos con tantas ansias mi hermana Rocío y yo. 


Una de las veces que me quedé embelesado mirando aquella vieja lata, me preguntó mi madre porqué miraba siempre la caja de la costura, y yo le dije que me traía muchos recuerdos.  La última vez que estuve en Sevilla abrí de nuevo esa particular lata de membrillos, y encontré un boton dorado con un ancla, era de la chaqueta de mi primera comunión. Y se me fue el Santo al cielo pensando en aquel día y en el momento que se me cayó el boton en la iglesia, antes de leer el texto que me tocaba. Como un manojo de nervios rápidamente lo metí en un bolsillo y lo guardé como oro en paño. ¡Cuántos botones de recuerdos guarda ese cofre maravilloso!. 

Yo no sabía que existían los costureros ni para que servían, solo conocía aquella lata polivalente donde los botones, imperdibles, corchetes, dedales agujas, hilos y algún que otro optalidon convivían junto a las tijeras, el cortaúñas, algún caramelo pictolin y alguna vieja cremallera. Pero lo que mi hermana Rocío y yo deseábamos con todas nuestras fuerzas, era que aquel cofre se llenara a rebosar lo antes posible y tuviesen que traer otro nuevo con su carne de membrillo correspondiente. A la media tarde, cuando el tiempo era benévolo, las mujeres de mi patio se sentaban a tomar café en un corro y a escuchar la novela de moda “Lucecita” con aquella voz de Manolo Otero que las tenía a todas hipnotizadas. Dormitando entre las faltas de mi abuela Manuela, me gustaba escuchar sus intervenciones con los sucesos de la trama diaria. -Que sí que mala es la tía, que pobre Lucecita, que el galán no era trigo limpio, que ya se acabó y nos dejan con la miel en los labios, y entre bromas y gritos todas con sus cajas de membrillos llenas de botones y demás enseres, cosían y reparaban la ropa familiar con esmero y cariño. 


Todo era demasiado duro y a la vez tierno y entrañable, pero a mí lo único que me importaba era pensar en todos los dulces de membrillo que habían salido de aquellas latas. Y que algún día mi padre, antes de que yo empezara a ir a la miguilla del colegio de Don Francisco en la calle Betis, justo al lado donde tuvo la confitería la madre de los #Machados,  me llevase de excursión a Puente Genil, donde en uno de sus cuentos me había dicho que allí; en #Puente _Genil,  había colchones y almohadas de membrillos...


Antonio Canales

2 comentarios:

  1. Yo también recuerdo una caja metálica como costurero de segundo uso, y que en su vida anterior había contenido galletas de mantequilla de una marca danesa. Es más, aún tengo una.
    Y el recuerdo del sabor de un vasito pequeño de vino dulce Sansón los domingos con una onza de chocolate negro de la Cibeles duro como una piedra pero que todo junto era gloria. Que curiosa es la memoria con ciertos recuerdos.
    Gracias por regalarnos alguno de los tuyos.

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