TRIANA

“Triana”
Hola: #ángeles de mi #corazón... Soy el #cuenta_cuentos de La #Danza…
El hogar donde aprendí a caminar, a correr, a saltar y a vivir, solo disponía de dos piezas de unos tres metros por tres. Era una de las viviendas de un viejo corralón de vecinos, enorme, donde convivían hacinadas unas cuarenta familias repartidas en dos grandes patios. Le llamaban "el Corral del Moro Juan"... Uno de los patios era muy destartalado y redondo, y se unía con la puerta principal de la vivienda a través de un quejumbroso y húmedo pasillo que desembocaba en la calle castilla. El otro, un poco más pequeño y rectangular, se topaba contra una tapia blanca que daba al río. En esos tiempos no existía el parque de chapina, ni la Expo, ni la corta de la cartuja. La postal que recuerdo del puente de Triana, era otra imagen muy otra de la que hoy se ofrece a los turistas en los quiosquillos. Por lo tanto; soy consciente de que mis reminiscencias son vetustas y añejas, como corona trenzada de noches y de días sobre las sienes de mis recuerdos. El color que tenían para mí las cosas por aquel entonces era similar al de las películas mudas; blanco y negro. Como si la vida de los pobres no tuviera derecho al color. El Guadalquivir corría libre y ancho desde la Sierra donde nace, hasta Sanlucar de Barrameda donde muere. Los niños temíamos acercarnos a sus turbulentas orillas. En su caudal se podía percibir el tufo de un peligro traicionero. Habíamos escuchado infinitas historias de borrachos ahogados en sus aguas, de valentías e imprudencias juveniles sumergidas en sus fondos y, también, de algunos suicidios desesperados contra las zapatas del puente. Y la verdad; que estas calamidades, no invitaban a darse un garbeo, a escondidas, por los lindes de sus márgenes fangosas. Es lo que recuerdo de esa temprana edad, entre los cinco o seis años, que es desde cuando tengo noción de los recuerdos tangibles, ya que los años anteriores son como borrosas nubes fotográficas. Bueno, como os iba diciendo: lo que más recuerdo de ese tenebroso río, es que se asemejaba a una gran serpiente hambrienta de color gris ceniciento. Una verdadera fiera que podía devorar en un santiamén a niños, bicicletas, patines y un sin fin de cosas más. Para mí, el río era un tabú más que prohibido. Hasta la próxima ángeles de mis cuentos... 

Antonio Canales

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